Las del otro que no me quise tirar
LOS ENJAULADOS Lerdos, bostezando en la gelatina incolora donde flotan sus vidas, envejecen. Vagabundos, de un lado a otro de otro a uno cargando papeles, envidia, caspa y desesperanza, bostezan. Sin miseria ni gloria, a media tinta, entre dos aguas. Donde terminan las colas que nacen en los barrios, crece su rencor y su vagancia y tienen casillas, permisos, desgano, calendarios, donde nos archivan, sumillados, manchados para siempre de huellas dactilares el corazón. Y para no escuchar el gemido de la sangre duermen sordos, atados auriculares de teléfono, mordiendo soledad, barbitúricos y otra vez desesperanza y lágrimas. ¡Y de pronto! saltan de la cama, encienden la luz y hacen cuentas, en los ascensores, hacen cuentas, sobre dos senos, sobre las mesas, bajan a los negros prostíbulos y hacen cuentas y despiertan crispados, mordiéndose las uñas, el plazo vencido, la excedida farra. Lerdos, abandonados de la esperanza pero también por la desesperanza, f