Las del otro que no me quise tirar
LOS ENJAULADOS
Lerdos,
bostezando en la gelatina incolora
donde flotan sus vidas, envejecen.
Vagabundos, de un lado a otro
de otro a uno cargando papeles, envidia, caspa y
desesperanza, bostezan.
Sin miseria ni gloria, a media tinta,
entre dos aguas.
Donde terminan las colas que nacen
en los barrios, crece su rencor y su vagancia
y tienen casillas, permisos, desgano, calendarios,
donde nos archivan, sumillados,
manchados para siempre de huellas dactilares
el corazón.
Y para no escuchar el gemido de la sangre
duermen sordos, atados auriculares de teléfono,
mordiendo soledad, barbitúricos y otra vez
desesperanza y lágrimas.
¡Y de pronto!
saltan de la cama, encienden la luz y hacen cuentas,
en los ascensores, hacen cuentas, sobre dos senos,
sobre las mesas,
bajan a los negros prostíbulos y hacen cuentas y
despiertan crispados, mordiéndose las uñas,
el plazo vencido, la excedida farra.
Lerdos, abandonados de la esperanza
pero también por la desesperanza, flotan
en su amargo escritorio, el naufragio.
Bajo empañados vidrios
guardan el cabello apelmazado
del primer amor, el profiláctico del primer soborno,
y el banderín recordatorio
de como muchachos los devoró la vida.
Y a cada rato,
miran el reloj y les nacen úlceras, hemorroides,
diarrea, estreñimiento, un dolorcito aquí,
constante, aquí en la espalda y toman jarabes,
tónicos, reconstituyentes,
y en las noches maritales lagrimean el supositorio, uno
cada antes de acostarse ¡Cuidado!
Jamás miran atrás o hacia abajo
porque los estrangula el vértigo, arriba,
siempre miran arriba, la vida está
en los décimo segundo pisos
y hay que financiarla
aunque sea cabizbajos y acumulan
pequeños recuerdos, pequeñas miserias,
pequeños rencores y a la hora del almuerzo
hacen grandes discursos, con enormes índices
señalan a sus hijos y arrodillados
se masturban, sí, solitarios,
fisgoneando en los baños a niñas que lloran
en secreto, la sombra del miedo
que ha empezado a crecer bajo sus vientres
Y hablan
de moral y descienden a los sótanos,
a los solapados closets donde se miran
contra tres espejos, con calzones rosados,
con prendas secretas y besan
garantizados amuletos y así,
Sin alegría y sin tristeza,
deambulan, del escritorio al bar, del bar a la mentira
y de allí
a la cama. Sabiendo que despertarán,
unos minutos antes despertarán,
con la amarga zozobra
de que el reloj va a sonar
y nos lance otra vez, amor mío,
a esta vida que ya no quiero.
Iván Oñate
(de En casa del ahorcado, 1977)
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DECLARACIÓN PREPARATORIA
Lerdos,
bostezando en la gelatina incolora
donde flotan sus vidas, envejecen.
Vagabundos, de un lado a otro
de otro a uno cargando papeles, envidia, caspa y
desesperanza, bostezan.
Sin miseria ni gloria, a media tinta,
entre dos aguas.
Donde terminan las colas que nacen
en los barrios, crece su rencor y su vagancia
y tienen casillas, permisos, desgano, calendarios,
donde nos archivan, sumillados,
manchados para siempre de huellas dactilares
el corazón.
Y para no escuchar el gemido de la sangre
duermen sordos, atados auriculares de teléfono,
mordiendo soledad, barbitúricos y otra vez
desesperanza y lágrimas.
¡Y de pronto!
saltan de la cama, encienden la luz y hacen cuentas,
en los ascensores, hacen cuentas, sobre dos senos,
sobre las mesas,
bajan a los negros prostíbulos y hacen cuentas y
despiertan crispados, mordiéndose las uñas,
el plazo vencido, la excedida farra.
Lerdos, abandonados de la esperanza
pero también por la desesperanza, flotan
en su amargo escritorio, el naufragio.
Bajo empañados vidrios
guardan el cabello apelmazado
del primer amor, el profiláctico del primer soborno,
y el banderín recordatorio
de como muchachos los devoró la vida.
Y a cada rato,
miran el reloj y les nacen úlceras, hemorroides,
diarrea, estreñimiento, un dolorcito aquí,
constante, aquí en la espalda y toman jarabes,
tónicos, reconstituyentes,
y en las noches maritales lagrimean el supositorio, uno
cada antes de acostarse ¡Cuidado!
Jamás miran atrás o hacia abajo
porque los estrangula el vértigo, arriba,
siempre miran arriba, la vida está
en los décimo segundo pisos
y hay que financiarla
aunque sea cabizbajos y acumulan
pequeños recuerdos, pequeñas miserias,
pequeños rencores y a la hora del almuerzo
hacen grandes discursos, con enormes índices
señalan a sus hijos y arrodillados
se masturban, sí, solitarios,
fisgoneando en los baños a niñas que lloran
en secreto, la sombra del miedo
que ha empezado a crecer bajo sus vientres
Y hablan
de moral y descienden a los sótanos,
a los solapados closets donde se miran
contra tres espejos, con calzones rosados,
con prendas secretas y besan
garantizados amuletos y así,
Sin alegría y sin tristeza,
deambulan, del escritorio al bar, del bar a la mentira
y de allí
a la cama. Sabiendo que despertarán,
unos minutos antes despertarán,
con la amarga zozobra
de que el reloj va a sonar
y nos lance otra vez, amor mío,
a esta vida que ya no quiero.
Iván Oñate
(de En casa del ahorcado, 1977)
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DECLARACIÓN PREPARATORIA
El sonido semiácido del teclado de mi PC guarda seis minutos de silencio. Seis, uno por cada idea que decidió suicidarse antes de ser plasmada.
Esa mañana tenía los pies fríos y un calor agónico en el costado. Los tramposos sabemos bien mezclar las acuarelas de la sangre, los bálsamos del sudor frío del presentimiento, es decir, yo sabía que terminaría por hacerle trampa, por... cómo decirlo? ñam, ñam desayunarme sus ojos!!
Esa mañana tenía los pies fríos y un calor agónico en el costado. Los tramposos sabemos bien mezclar las acuarelas de la sangre, los bálsamos del sudor frío del presentimiento, es decir, yo sabía que terminaría por hacerle trampa, por... cómo decirlo? ñam, ñam desayunarme sus ojos!!
La línea recta de su caída libre le dió la esperanza de que todo saliera mal. Así fue.
[vuelta]
Plasma virginal temblando en el hemisferio izquierdo de una cama-fortaleza (giros vergonzosos, masturbados). Rectifico: Plasma, no sé si virginal, más tambaleante que tembloroso de éste lado de la cama, del más aromático, del más gastado.
La boca, más de ofendido que de coautor en uno de los más espumosos delitos de mi catálogo, quebrantó la seguridad de mi vulva... me puse febril en cuatro puntos (viejo recurso para evitar el rostro) con las manos sujetas a la espalda, intentaba pensar en otras cosas: regresiones, diapositivas, premoniciones, mi vida en los pozos del café, el tarot, los caracoles, las arañas.
Antes de que pudiera acostumbrarme a la idea, había terminado. Sentí un alivio, como cuando la lluvia cesa, cerré los ojos y abrí las fosas nasales como un pequeño receptáculo para el intenso olor a poesía de antecomedor.
[vuelta]
"No fue para tanto" Fórmula mnemotécnica, cuatro palabras de reseña apresurada que repetí toda la tarde, "No fue para tanto" decía la sonrisa, "un poco más que casi nada", despiadada, con la cara de niño que no teme al abismo.
Y como maldición, al final del día corrí a buscarle, con la firme determinación de gritar "no fue para tanto". Pero la voz calma, el abrazo cálido y cómplice... no es que no me sienta bien, no es que no sepa cómo conducirme con propiedad, pero verás, hubiera querido darle un buen consejo, besarle la frente con ternura materna, advertirle que la vida está en los décimo segundos pisos, donde nunca se mira hacia abajo.
[vuelta]
Vueltas y vueltas y me quedo igual, en este lado de la cama, envuelta en las mismas putas sábanas, con las marcas en el costado y la nariz rota, lesiones impregnadas de un maloliente mérito propio.
En este cuarto no entra la luz, puedo salir a la calle a buscar un eclipse, con un poco de suerte me quedaré ceiga una vez cada dos siglos, como lo he venido haciendo ya por tanto tiempo, con el alma gravada y los gusanos en los pies. Con suerte seguiré reptando, recogiendo los mendrugos de pan de un basurero, charlando largamente con los gatos más uraños de los callejones más perdidos.
Pero tal vez no sea tarde para todos (yo lo absuelvo), tal vez asi pueda cambiar el recuerdo de mi espalda desnuda por un lápiz del número dos con buena punta y sin fecha de caducidad.
Tic, toc. Yo era tu pasado imperfecto.
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