Entre el plagio y la prudencia.
La ceniza helada agranda la desesperación.
Es terrible seguirse a sí mismo.
Lo hicimos todo, lo quisimos todo, lo pudimos todo
y se nos quebraron las manos y los dientes
mordiendo hierro con fuego.
¿En qué bosques de fusiles ocultaremos estos despojos?
-Como se desciende de lo cotidiano a lo infinito,
desbarrancándose mundo abajo-
En esta prudencia, que suele ser el bálsamo de la vejez.
todas las cosas ladran. Quiero decir: aturdido, cansado,
con la sensación categórica de haberme equivocado
en todo lo ejecutado,
abandonado, desperdiciado, atropellado
al (por, para) avatar del destino en la inutilidad de existir.
¡Soy el coordinador de la falacia!
Lo gané todo. Como Dios y sus guerras.
Gané perdiendo el derecho a perder.
Anhelo el vagabundaje y las discusiones fundamentales
con esa loquita que no come peces libres y bebe leche fresca.
Se viene la tarde en la literatura
y no hice lo que debí cuando sólo hice lo que es debido:
El bestial iconoclasta, como el cíclope de Eurípides,
Hiriendo y muriendo de amor,
Arrasándola a ala loca con un temporal de besos,
es más que herido, verdugo.
A la manera de los aeropuertos,
mi situación está poblada de soledades,
de dioses y de ausencias.
Me duele en la nuca un espasmo de llanto entumecido.
El borracho bestial, lascivo y misógino
ya es nada más que un león herido,
derrotado de prudencia.
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